December 12, 2024

Una cena de lujo en Cuba en medio del hambre en la isla.

POR ALEJANDRO ARMENGOL

Entre el asombro, la ironía y el desprecio. Los años posibilitan ver lo que en otra época se consideraba imposible. Un joven ataviado como un soldado nazi gana un concurso de disfraces en La Habana. En las imágenes que rápidamente circularon por redes sociales se ve como, entre vítores y aplausos del público, “Führer” levantó su brazo extendido en saludo nazi, mientras el conductor al micrófono dijo: “Ha ganado Alemania”.

Luego de la fiesta, siete funcionarios fueron sancionados y dos de ellos separados de una agencia cultural estatal en Cuba. Tarde fue el castigo y no vale la reprimenda. En lo que sí vale la pena detenerse es en la interrogante: ¿sobrevive aunque sea mínima una conciencia social o solo queda una indolencia primitiva?

No importar el pasado, en cualquier lugar que ocurriera, y solo la diversión del momento. Y en este último sentido se multiplican las claves. Una reunión en La Habana de la “Nación y la Emigración” se resuelve en simples gritos de “Viva Cuba Libre”, que se traducen un vulgar apoyo al régimen imperante en la isla, mientras otra anterior en Miami de empresarios privados no trasciende una burda —y quizá momentánea— legalización ¿o más bien justificación? de los “bizneros” de ayer y de hoy. Mientras, a un nivel supuestamente más elevado, pero más cursi, una Cena de Blanco corona el desprestigio ideológico del régimen cubano. Porque no se trata simplemente de apoyar o criticar. De lo que se trata es de ser consecuente. Una nación en la que por décadas a toda hora se consumió ideología ahora se desvive ante el último titiritero del que se sospeche trae dinero. Lo del fin del consumo ideológico está bien. Pero lo de la carencia de un soporte de principios ciudadanos es una pésima noticia, una realidad de miseria, no solo económica sino también moral.

Claro que desde hace décadas el régimen de La Habana se aprovecha de esa indefinición. Cuba sigue siendo una excepción. Se mantiene como ejemplo de lo que no se termina. Su esencia es la indefinición, que se extiende a lo largo de la historia:

Ese llegar último o primero para no estar nunca a tiempo. No es siquiera la negación de la negación. Es una afirmación a medias. No se cae, no se levanta. Cualquier estudioso del marxismo que trate de analizar el proceso revolucionario cubano descubre que se enfrenta a una cronología de vaivenes, donde los conceptos de ortodoxia, revisionismo, fidelidad a los principios del internacionalismo proletario, centralismo democrático, desarrollo económico y otros se mezclan en un ajiaco condimentado según la astucia, primero de Fidel Castro y luego de su hermano. Ahora esa astucia —supuesta o real en muchos casos— ha sido suplantada por una escenificación plañidera, que transita entre la adulación y la limosna con igual descaro.

No se puede negar que en la isla existiera por años una estructura social y económica —copiada con mayor o menor atención de acuerdo al momento— similar al modelo socialista soviético.

Tampoco se puede desconocer la adopción de una ideología marxista-leninista y el establecimiento del Partido Comunista de Cuba (PCC) como órgano rector del país. Todo esto posibilitaba el análisis y la discusión de lo que en algún momento pudo llamarse el “socialismo cubano”.

Sin embargo, este análisis fue solo un aspecto necesario a la hora de comprender una realidad simple y compleja a la vez. Ahora sobrevive la limosna, el tedio y la huida.

Como en el son cubano: la melodía es pegajosa y repetitiva, y aunque el ritmo parece fácil de seguir, por momentos avanza o se detiene a partir de sucesiones de notas a contratiempo, sin copa en la estructura y el habla. O al igual que en la guajira-son, con añadidura de la clave política: la Guantanamera como nuestra definición mejor.

La tragedia como divertimento.

El proyecto está agotado, pero los mecanismos de supervivencia permanecen. Este afán de sobrevivir genera tanto caos y violencia —que atentan contra la población hacen dudar sobre un mejor destino para la nación— como desilusión, apatía y cinismo, que se expresan de las maneras más diversas: desde la superficialidad hasta el fanatismo. Otra muestra más de ello: una profesora acusada de desobediencia tras una protesta pacífica e individual. La represión como razón de ser del Estado totalitario.

El gobierno de Raúl Castro logró algo que parecía imposible durante la época de su hermano mayor: echar a un lado o reducir al mínimo los fundamentos ideológicos y aplicar un pragmatismo que no significó adaptarse a la realidad, sino todo lo contrario: ajustar esa realidad al propósito único de conservar el poder.

La presidencia de Miguel Díaz-Canel se ha limitado a la difícil tarea de apuntalar esa estrategia. Botar la ideología y quedarse solo con la lucha por el poder más burda.

De forma elemental, pero efectiva a la hora de conservar el mando, el régimen de Díaz-Canel sigue demostrando una capacidad de adaptación y mimetismo, en la que si no va más lejos es porque no lo cree necesario o lo considera peligroso. Pero donde continúa imponiendo su agenda.

Mientras tanto, la nación se cae a pedazos, y no solo en las viviendas, sino también en la vida de los ciudadanos.