Un circo zurdo y con demasiados payasos
En muchos casos, en Cuba, el radicalismo de izquierda no es más que alharaca para llamar la atención mediática, pero sin quemar las naves, quedando bien con los muertos y no del todo mal con el matador.
LA HABANA, Cuba. – Discrepo de mi entrañable colega Ernesto Pérez Chang cuando, en un interesante artículo aparecido el 4 de enero en CubaNet, afirma que “entre radicales anda el juego” en la Cuba que inicia su andar, a trompicones y con hambre, por este nuevo año, que no augura ser mejor que el anterior, sino todo lo contrario.
Refiere Pérez Chang la existencia de una izquierda opositora, que “por lo que se lee en las redes sociales, en las publicaciones de sus figuras más visibles, se ha apropiado ―no creo que desde la parodia sino desde la fe más partidista― de la discursividad de su contrario, con frases que revelan los mismos esquemas ideológicos, lo cual pone en jaque y desarticula los presupuestos del continuismo de Díaz-Canel”.
“Es una oposición que pretende una restauración del sistema, un reseteo, porque supone que ha habido un descarrilamiento”, explica.
Pérez Chang toma demasiado en serio, concede inmerecida importancia, al “cambio de signo hacia la izquierda radical, incluso desde los mismos principios ideológicos de lo que fue la Revolución en los años 60”, de una novísima oposición, “que para nada es centrista, como muchos la definen equivocadamente”, y que “llama al cambio desde el socialismo, porque se define de izquierda, socialista, marxista…”.
En la mayoría de los casos, si no es producto de una confusa indigestión ideológica, ese radicalismo izquierdista en Cuba es pura pose esnobista, oportunismo, descaro y sinvergüencería del hombre nuevo. No es más que alharaca para llamar la atención mediática, pero sin quemar las naves, quedando bien con los muertos y no del todo mal con el matador.
Y hablo de la mayoría de los casos, porque en otros, el surgimiento de ciertos personajes es evidente jugada preparada por el régimen para crear, a su imagen y semejanza, una oposición moldeable y leal que esté disponible para cuando necesite usarla, y un periodismo independiente diluido, light, que cope las redes sociales y opaque y haga lucir desfasado ―tan anquilosado como el periódico Granma y el NTV― al periodismo independiente que lo antecedió por más de medio cuarto de siglo.
Basta leer lo que postean en las redes sociales o escuchar a algunos de ellos cuando, dizque interrogados por la Seguridad del Estado, hablan hasta por los codos del financiamiento que reciben del exterior, para que luego Humberto López se dé gusto acusándolos de mercenarismo y hablando babosadas.
No sé por qué se extraña Pérez Chang de que “una buena parte de la novísima disidencia, incluso del nuevo periodismo independiente” esté situada “al menos a nivel discursivo, en ese lugar del espectro político que años atrás ocupara el Gobierno cubano como paradigma casi absoluto de la izquierda mundial”.
Son personas jóvenes, intoxicadas desde la cuna por el adoctrinamiento castrista, cuyos efectos suelen ser irreversibles. Aunque se lo propongan, no disponen de otro discurso al que echar mano que no sea el único, el que escucharon desde niños, cuando eran pioneros por el socialismo. Por eso, replican tan fácil y con fervor de catecismo ese discurso.
Les crea sentimiento de culpa, cargo de conciencia, asquitos, que alguien pueda pensar que están a la derecha. Porque ser conservador abochorna, es de mal gusto, demodé. En cambio, ser progre, de izquierda, confiere caché, categoría.
Y es que en este mundo de hoy, la derecha se ha vuelto tan poco fotogénica, tan impresentable, que no parece conseguir tener la razón ni siquiera cuando efectivamente la tiene.
La izquierda, que ganó la guerra de los símbolos, luego de recomponerse como pudo de la debacle que significó el derrumbe del comunismo a lo soviético en Europa Oriental, se apropió de causas de buen ver como el feminismo, la integración racial, los derechos de la comunidad LGBTIQ, el matrimonio igualitario, el ecologismo (no importa si después que llega al poder, tira esos temas por la borda).
Si dispones de talento o, a falta de él, puedes aparentarlo, manejando un lenguaje metatrancoso, salpicado de abundantes citas de filósofos griegos y sociólogos de la Escuela de Frankfurt. Ser de izquierda, mostrarte como tal, te abre las puertas de los medios académicos e intelectuales de la mitad del mundo. Con un poco de suerte, hasta te lloverán los premios, las becas y los reconocimientos.
Y si no hay reconocimiento, no importa. Ellos, para alabarse y darse bombo, no necesitan de sus abuelitas. Luego de tanto ninguneo colectivista, si de algo no carecen estos personajes de las nuevas disidencias es de petulancia, engreimiento y autosuficiencia. Se creen cualquier cantidad de cosas y dándose ínfulas, haciéndose los sabihondos, irreverentes, hablan y escriben, hasta bien a veces, sin que alguien les haya pedido su opinión, de lo que es y lo que no es. Lo demás es robarse el show. Y en eso, son expertos.
Me divierte ver a algunos de estos personajes que lamentan ser presentados por el régimen como “gusanos” (¡qué horror!), proclamándose anticapitalistas, socialistas; buscando posicionamientos políticos que no tienen desperdicio ―¡ay, Bakunin!―, como eso de trotskista-titoísta. Además, como si a alguien le preocupara su filiación sexual y las ideologías tuviesen que ver con la orientación, presumen de ser “pájaras” y “cuir” (así, no queer, para que no los crean proyanquis).
Pero eso sí, no pocos de ellos y ellas, en cuanto se les da la oportunidad de viajar al exterior, aprovechan y se quedan en Miami, México, Madrid, donde sea, y desde allí, visita a Cuba garantizada, siguen abogando por la izquierda y el socialismo, y hasta se muestran más comprensivos con los defectos y errores del castrismo.
Óigame, luego de tanto absurdo y bufonada de estos personajillos, he llegado a preferir, aunque estén más a la izquierda que Lenin, a Harold Cárdenas y a los blogueros de La Joven Cuba, en especial a la profesora Alina Bárbara: si de radicalidad se trata, la de ellos me resulta más definida, coherente y mejor fundamentada.
La de los otros es un circo que pretende funcionar a la zurda, donde además de tarugos de utilería y malabaristas del tíbiri tábara, hay muchos, demasiados, payasos.
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Luis Cino Álvarez (La Habana, 1956).
Trabajó como profesor de inglés, en la construcción y la agricultura.
Se inició en la prensa independiente en 1998. Entre 2002 y la primavera de 2003 perteneció al consejo de redacción de la revista De Cuba. Fue subdirector de Primavera Digital. Colaborador habitual de CubaNet desde 2003. Reside en Arroyo Naranjo. Sueña con poder dedicarse por entero y libre a escribir narrativa. Le apasionan los buenos libros, el mar, el jazz y los blues.
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