Si no luchas, ten la decencia de respetar a quien sí lo hace
Quiñones tuvo tres encierros; isla, mar, y cárcel, y si el lector quiere le da otro orden a su encierro; cárcel, isla, mar, pero, incluso así no consiguieron destruirlo
LA HABANA, Cuba.- “Quiero escribir pero me sale espuma/ quiero decir muchísimo y me atollo”. Quiero escribir pero no consigo algo que vaya más allá de esos versos de Vallejo. Quiero escribir, pero no un soneto, y mucho menos clásico. Las formas rimadas nunca se me dieron, y lo que quiero escribir no precisa tener rima. Quiero escribir sobre un atropello que me parece injusto, como siempre suelen ser los desafueros en esta isla cárcel. Quiero escribir pero deshago de inmediato las palabras, esas que en su desorden no llegan jamás a ser ideas, que no consiguen armar una opinión. Escribo, y desbarato lo que escribo.
Quiero escribir de un hombre que hasta hace muy poco estuvo preso, pero del castigo no es tan fácil escribir. Supongo que para reconocer las verdaderas dimensiones del encierro hay que vivirlo en carne propia, pero juro que no quiero tener esa experiencia. Yo quiero escribir, una vez más, de un hombre bueno, de un cristiano, de un abogado, de un poeta. Yo quisiera mostrar a ese hombre bueno, sin necesidad de mencionar esas diatribas que leí hace unos días, esas ofensas con las que respondieron a un texto que Quiñones publicara en CubaNet.
“Nadie tiene el derecho de ofender al pueblo cubano” es el título que distingue a un texto que Roberto de Jesús Quiñones publicara en CubaNet, y en el que advierte como algunos son capaces de denigrar a los cubanos que estamos de este lado del mar, a los que estamos en la isla y que no hemos “brincado el charco”, ese charco que nos separa de todos los destinos, de cualquier punto que esté fuera de la geografía nacional. Quiñones está de este lado del charco y conoció lo que significa vivir en una isla que no es cualquier isla, que es una isla con doble “isleñidad”: rodeada de mar por todas partes y sembrada de comunismo en toda su geografía…
Y como si fuera poco estuvo el poeta, el periodista, el abogado, en una tercera isla, en una isla que es la cárcel real, esa cárcel que fue su tercer encierro, esa cárcel de guardias uniformados y barrotes, la cárcel de alambradas y castigos, la cárcel de vigilancias y literas, de violencia y sofoco, la cárcel de guardias y, quizá también, la de otros hombres buenos como él. Él estuvo en la cárcel de una isla comunista…, sin dudas tres veces cárcel, tres veces odio, tres veces “muerte en vida”.
Quiñones tuvo tres encierros; isla, mar, y cárcel, y si el lector quiere le da otro orden a su encierro; cárcel, isla, mar, pero, incluso así, con tres encierros, no consiguieron destruirlo. Por eso él, con tanta reclusión, puede hablar mejor que yo, mejor que muchos, de lo que son las cárceles, de lo que nos merecemos nosotros los cubanos y lo que no. Roberto de Jesús estuvo tres veces encerrado: mar, isla, prisión, y si le parece poco al lector pues ponga entonces a los guardias despiadados, quite los libros que no tuvo, los poemas que no escribió, la cama que le faltó, y la esposa, y los hijos, los padres, los amigos, la libertad, la libertad, sobre todo eso.
Roberto Quiñones escribió un texto en CubaNet donde reclamaba contenciones a quienes se atrevían, en las redes, a tildar de cobardes a los cubanos que no enfrentaban al comunismo, a la represión comunista. Roberto puso sus ojos en esos que hacen reclamos a los que estamos dentro, a los que aún no abandonamos la isla cárcel, a los que nunca abandonarán la cárcel isla, y les hizo ver que ellos tampoco enfrentaron nada, que muchos de ellos solo abandonaron la isla, la cárcel, el mar por todas partes, abandonaron el abuso, y también los enfrentamientos.
Y no digo yo que tengan que hacerlo, porque el enfrentamiento siempre es peligroso y siempre cuesta, cuesta mucho, y viene acompañado de esos tres encierros, que son duros, y muy tristes, y resultan una “soledad desespera”. Quiñones no merece esas diatribas, no merece esos ataques de quienes quizá no hicieron nada, pero eso ya lo dije. Lo más importante es que Cuba no precisa de esos ataques a un patriota, a alguien que enfrentó tantos horrores y sigue en pie, y escribió otra vez, a pesar de tanto encierro, a pesar de que la cárcel le sigue rondando cada día, a pesar de que sus carceleros lo vigilan aún. Y ni siquiera dijo a sus “atacantes”, que pudo hacerlo, como les diría Martí: “Si no luchas ten al menos las decencia de respetar a quien sí lo hace”.
Quiñones habló del miedo que tienen los cubanos, del espanto que significa estar en una cárcel, y eso, creo yo, lo sabemos todos, los que acá lo vivimos, los que se fueron después de vivirlo, y también los que se fueron para no vivirlo. Quién no reconoce ese encierro de años, ese encierro de rejas, de campamentos de reformación, de unidades militares de apoyo a la producción, de unidades militares de apoyo a la revolución. No tienen razón esos que en las redes comentan el artículo de Quiñones, quienes lo satanizaron, esos que incluso exigen: “déjanos quietos a nosotros”, lavándose así las manos, como Pilatos.
Roberto de Jesús sí puede hablar, y no merece esos ataques. No es bueno denigrar cuando no se cumple con la parte que nos toca, y nos toca a todos, en eso no hay excepciones. Cuba es de todos los cubanos, incluso de los que exigen desde afuera y antes aplaudieron desde adentro, y sería bueno que todos recordáramos aquello que Martí nos dejó muy claro: “Los que no tienen el valor de sacrificarse, han de tener, a lo menos, el pudor de callar ante los que se sacrifican”. Y como si fuera poco, también nos dijo Martí: “El templo está abierto, y la alfombra está al entrar, para que dejen en ella las sandalias los que anduvieron por el fango, o se equivocaron de camino”.
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(Cuba) Nacido en 1963, es autor del libro de cuentos Lapsus calami (Premio David); la novela El paseante cándido, galardonada con el premio Cirilo Villaverde y el Grinzane Cavour de Italia; la novela Fumando espero, que dividió en polémico veredicto al jurado del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos 2005, resultando la primera finalista; En una estrofa de agua, distinguido con el Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar en 2008; y En La Habana no son tan elegantes, ganadora del Premio Alejo Carpentier de Cuento 2009 y el Premio Anual de la Crítica Literaria. Ha sido jurado en importantes premios nacionales e internacionales, entre ellos, el Casa de Las Américas
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