EL SUICIDIO DE LA IZQUIERDA FANÁTICA
EL SUICIDIO DE LA IZQUIERDA FANÁTICA
Alfredo M. Cepero Director de www.lanuevanacion.com Sígame en: http://twitter.com/@ Quieren sustituir a una sociedad capitalista y personalista con una sociedad socialista y colectivista. Algo así como transformar seres pensantes en autómatas y hombres libres en esclavos. Cuando pasamos revista a la agenda de los candidatos presidenciales demócratas de cara a las elecciones de 2020, concluimos que Donald Trump y sus asesores tienen numerosos motivos para el optimismo. Todos estos candidatos saben que, antes de ser postulados, tienen que triunfar en unas elecciones primarias controladas por una base del partido radical, rabiosa, vengativa y fanática que no se ha resignado a la pérdida en 2016. Por eso han presentado agendas que parecen plagiadas de “El Capital” de Carlos Marx y ubicadas a la izquierda ideológica de Vladimir Lenin. Hasta el vejete incoherente y baboso de Joe Biden se ha radicalizado y dado un giro de 180 grados en sus posiciones previas sobre los temas más candentes de esta temporada electoral.
El resto de los candidatos compiten por apoderarse de la bandera del socialismo trasnochado de Bernnie Sanders. Para todos ellos la opción es restauración o revolución. Volver a los tiempos de Barack Obama o seguir haciéndole una guerra sin cuartel a Donald Trump. El problema para quienes proponen este modo de actuar es que la historia no da marcha atrás y que, en una democracia, la revolución la hacen los votantes que van a las urnas. Unos votantes que sentirán desconfianza de unos radicales de izquierda que se visten de moderados para ganar ese voto independiente que decide las elecciones en los Estados Unidos. Y en estos tiempos de medios sociales y de ciclos noticiosos de 24 horas es cada vez más difícil engañar a las multitudes. Ahora bien, para poner en un contexto más claro el reto que deben enfrentar los candidatos demócratas, es importante pasar revista a los éxitos del gobierno liderado por Donald Trump. A pesar del hostigamiento ensañado de la izquierda y de una prensa parcializada en su contra, Trump no sólo ha cumplido sus promesas electorales sino ha desarrollado en dos años un programa de servicio al país mayor que el de muchos presidentes que gobernaron por 8 años. En honor a la brevedad me limitaré a una síntesis de esos éxitos. Por ejemplo, la Administración Trump ha logrado un crecimiento del 3 por ciento en el Producto Interno Bruto que no logró jamás Barack Obama, ha reducido la tasa de desempleo de blancos, negros, hispanos y mujeres a sus niveles más bajos en 50 años–hoy hay más puestos de trabajo en los Estados Unidos que ciudadanos buscando empleo–, ha alcanzado la independencia energética que prometieron y nunca alcanzaron todos los presidentes que le precedieron, ha reformado un sistema carcelario que discriminaba contra las minorías negra e hispana y ha presidido sobre una Bolsa de Valores con el mejor desempeño en toda su historia. Pero todavía no he terminado. En el plano internacional, el presidente está renegociando el Tratado de Libre Comercio de América del Norte con México y Canadá, le ha dicho a China que no puede seguir robándose la propiedad intelectual norteamericana ni haciendo trampas en su comercio con los Estados Unidos, se ha retirado del inútil Acuerdo Climático de Paris y ha cancelado el desastroso Tratado Nuclear con Irán. Muchas de estas medidas han creado condiciones para el regreso a los Estados Unidos de empresas norteamericanas que operaban en el extranjero para escapar de regulaciones obsoletas y medidas punitivas a sus intereses financieros. Y, en el campo militar, le ha enviado un mensaje claro y contundente a enemigos belicosos de este país como Vladimir Putin y Kim Jong-Un. Trump está restaurando el armamento de unas fuerzas militares depauperadas por la desidia y la hostilidad de Barack Obama. Trump ha dicho y demostrado que no quiere la guerra pero sabe que los miserables solo respetan la fuerza. Su doctrina es muy parecida a la “Paz a través del poderío militar” del gran patriota que fue Ronald Reagan. Ante todos estos éxitos y aciertos del presidente es totalmente lógico que quienes se proponen retarlo en noviembre de 2020 estén totalmente desconcertados. No han encontrado otra fórmula que apelar al egoísmo, la mediocridad y la holgazanería de quienes quieren ser mantenidos por un gobierno gigantesco, aunque el mismo los prive de todos sus derechos ciudadanos. Sin embargo, estoy convencido de que este país no está listo para el socialismo y de que la izquierda radical demócrata ha llegado a tales extremos que está cometiendo suicidio. Ahora, veamos la lista de los disparates de la veintena de desaforados que pretenden desalojar a Donald Trump de la Casa Blanca. Esta gente promete garantizar y regalar un sistema universal de salud, el acceso a estudios universitarios, el cuidado de la niñez, un salario de 1,000 dólares mensuales a todos los ciudadanos, aun los que se nieguen a trabajar y, en el colmo de los colmos, una compensación de cientos de millones de dólares a los descendientes de antiguos esclavos negros. Peor todavía, son un grupo de oportunistas que ha perdido su brújula moral y no tienen enfado alguno en hacer trampas o en cambiar de posición política cuando se trata de obtener y conservar poder. Hace sólo diez años proponían que el aborto fuera “seguro, legal y limitado”. Hoy apoyan el infanticidio de un aborto en el tercer trimestre de embarazo para complacer a donantes que defienden ese horrible procedimiento. Al mismo tiempo, se proponen negar derechos electorales a los ciudadanos residentes en estados rurales del país. Quieren abolir el Colegio Electoral y sustituirlo con un sistema donde los votos individuales decidan las elecciones. En este caso, los residentes de unos pocos centros urbanos decidirían las elecciones en detrimento de los residentes en zonas rurales. Quieren asimismo aumentar el número de magistrados del Tribunal Supremo para seguir logrando con fallos judiciales las medidas extremas que no logren aprobar en el poder legislativo. Esta gente, como Jalisco, “cuando pierde arrebata” y además hace trampas. Tampoco podemos dejar de preguntarnos: ¿Quiénes van pagar por todos los regalos prometidos por los candidatos demócratas? No los políticos sino los contribuyentes, porque esa es la fórmula de la izquierda frenética dondequiera que ha detentado del poder. Según organizaciones de protección al contribuyente, solamente el llamado “Nuevo Trato Verde”, costaría UN MILLÓN DE MILLONES DE DÓLARES (UN TRILLÓN EN INGLES). Para obtener esa cantidad sideral de fondos, tendrán que aumentar los impuestos tanto a los ciudadanos como a las empresas. Bernie Sanders, el padre de un socialismo que se disfraza de social democracia, ha tenido el cinismo de decir que los “norteamericanas pagarían gustosos un aumento de impuestos siempre que sea para beneficio del pueblo”. ¡Tremendo discípulo de su mentor Fidel Castro! Como de costumbre, la envidia y la mentira enseñan sus orejas malignas castigando a los odiados ricos. Su fanatismo les impide ver que están matando a la consabida “gallina de los huevos de oro”. Pero si estas medidas afectan el bolsillo de los ciudadanos hay otras peores que amenazan con destruir desde sus cimientos el edificio de una sociedad norteamericana que es el orgullo de sus ciudadanos y la envidia del mundo. Quieren sustituir a una sociedad capitalista y personalista con una sociedad socialista y colectivista. Algo así como transformar seres pensantes en autómatas y hombres libres en esclavos. Este detrito de material humano solo pueden encontrarlo entre los ignorantes de este país y las invasiones de inmigrantes de países subdesarrollados. Por eso defienden a capa y espada unas fronteras abiertas y extienden beneficios sociales y económicos a todo inmigrante que logre pisar esta tierra. Ahí reside la mayor debilidad de la democracia donde el voto de un ignorante tiene la misma validez que el de un ciudadano informado. Con su acostumbrada sabiduría, Churchill nos dijo un día que “el mejor argumento contra la democracia es conversar durante cinco minutos con un votante cualquiera”. De todas maneras, la democracia es el menos imperfecto de todos los sistemas políticos. Una de sus virtudes es que, para alcanzar el poder, hay que contar con el voto del pueblo. Y que, en situaciones como las que se encuentran hoy los Estados Unidos, los que defendemos la libertad y la prosperidad nos beneficiamos con el hecho de que ese pueblo observa como nuestros adversarios están cometiendo suicidio político. 6-18-19 Si usted desea ser borrado de esta lista de distribución, favor de enviarnos un correo electrónico a: [email protected]
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