“A Troche y Moche”
Se dice que esta exclamación, usada para señalar que algo se hace con cierto desenfreno y sin demasiado orden.
Encuentra su génesis en las tareas realizadas por los leñadores. Estos trabajadores, generalmente provistos de hachas, sierras y otras herramientas destinadas a cortar la madera, cuando fraccionan los árboles utilizan los verbos trocear y mochar, por lo que, originalmente, a troche y moche fue darle duro y parejo a los árboles ya derribados, con el fin de quitarles las partes menos aprovechables.
“Meterse en camisa de once varas”
La expresión hoy se aplica para advertir sobre la inconveniencia de complicarse innecesariamente la vida.
Su origen se sitúa en la jerga castrense de la Edad Media, refiriéndose a la dificultad que conllevaba el asaltar una camisa (parte del muro exterior de un castillo entre torres de flanqueo) de once varas de longitud, debido a que de esta manera, uno era extremadamente vulnerable al ataque con armas arrojadizas desde ambas torres de flanqueo. Una vara son treinta y tres pulgadas, lo que equivale a unos ochenta y cuatro centímetros. Así, la camisa o sección de la muralla exterior mediría 363 pulgadas o bien 9.24 metros.
“¡Viva la Pepa!”
Cuando decimos esto aludimos a un gran desorden o a que todo da igual.
Pero… ¿quién era la famosa Pepa? No era una persona, era la Primera Constitución Española dictada en 1812, en momentos en que ese país pasaba momentos de mucha convulsión y su rey, Fernando VII (1784-1833), estaba prisionero de Napoleón Bonaparte (1769-1821), en Francia. Cuando el rey volvió a ocupar su trono, abolió esa constitución y prohibió terminantemente que se la mencionara. Los revolucionarios liberales que la defendían no se resignaron y buscaron una estrategia para mencionarla en público sin recibir castigo. Como esa constitución había nacido un 19 de Marzo, día de San José, cariñosamente llamado Pepe, comenzaron a aludir a la carta magna como Pepa. Con la consigna ¡Viva la Pepa!, trataban de mantener despierto el clamor popular. La frase, con el tiempo, perdió su significado original pero conservó su espíritu de libertad.
“Poner en tela de juicio”
Usada cuando tenemos dudas acerca del éxito, la certeza o la legalidad de alguna cosa.
Su origen puede hallarse en la antigua Roma, en los distintos vericuetos que siempre presenta el Derecho, y más precisamente en los casos que estaban pendientes de averiguaciones previas para poder llevarlos adelante o resolverlos.Esos casos estaban “en tela de juicio”, pero no una tela que pudiésemos vincular con un tejido, ya que esta tela proviene de “telum”, en latín plural de palestra o empalizada (para esta situación imaginemos un cuarto cerrado), donde se archivaban temporalmente los expedientes cuya resolución debía esperar. Más sencillo: casos a los que le faltaban datos para seguir con la investigación; los expedientes correspondientes se archivaban en un sitio llamado telum. Por la ausencia de pruebas, por no estar concluidos, sobre ellos recaían dudas.
“¡Se armó la gorda!”
Hoy refiere a cualquier tipo de problema más o menos grave, incluyendo a una guerra o a una simple trifulca familiar.
A mediados del siglo XIX España era una potencia en franca decadencia, había perdido la mayoría de sus territorios coloniales en América y el descontento en la población crecía sin pausa. Ante tal debacle, comenzó a generarse un movimiento revolucionario que estalló en 1868. El levantamiento, por cuya causa la reina Isabel II (1830-1904) debió abandonar el país, vino precedido de un insistente rumor callejero en el que se utilizó un giro idiomático muy castizo: “se va armar la gorda”. Con dicha sentencia se aludía a que se avecinaban conflictos de alto calibre; más específicamente, con “la gorda” la gente se refería al alzamiento militar, que en septiembre de ese año finalmente se concretó. Dicha revolución fue conocida como La Septembrina o La Gloriosa
“Salvarse por un pelo”
La frase se usa para dar idea de que se salió de un aprieto por muy poco, casi de milagro.
Mucho tiempo atrás, el oficio de marino no requería necesariamente la obligación de saber nadar y, de hecho, había hombres de mar que no podían ni flotar en el agua. Por ello, cuando un día un jefe de la armada española, basado en razones de higiene, dio orden de que todos se raparan, los marinos protestaron, argumentando que se les privaba de un recurso muy valiosos en caso de naufragio, ocasión en la que muchas veces se salvó la vida de una persona tomándola de su cabellera. Ante la razonable excusa, en 1809 se expidieron las autoridades permitiendo el uso del cabello sin límites de longitud. En la actualidad, no se admiten marineros que no sepan nadar.
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