La libertad en el aire y los pies sobre la tierra
Aunque abundan las críticas a la oposición, vale la pena recordar el contexto totalitario bajo el que se mueve la sociedad civil cubana.
No faltan quienes critican, con mayor asiduidad desde otras orillas, el desempeño de la oposición política y de la sociedad civil dentro de Cuba.
Ciertamente se arrastran viejas y desacertadas estrategias que no permiten avances, más allá de lo testimonial, pero también es necesario poner en perspectiva el contexto, nacional e internacional, en que tiene lugar este tipo de lucha para una interpretación más justa del problema.
Enfrentar, a cara descubierta, a un régimen totalitario es un desafío que no cualquiera asume con la debida determinación.
Son pocos los que se atreven a echar los miedos a la basura y mantienen, durante un período largo de tiempo, el mismo arrojo de los comienzos, en la cruzada contra un monstruo de mil cabezas.
La mayoría termina en el exilio o matizando el perfil de su accionar con el fin de aliviar en alguna medida los embates de la maquinaria represiva.
En realidad, se trata de actitudes que responden al instinto de conservación. ¿Cuántas personas aceptarían el reto de enfrentarse a una fiera, sin armas y con las manos atadas?
La ilustración podría parecer exagerada, pero ninguna mejor para recrear lo que experimentan, día a día, los que se hartaron de vivir bajo las sombras de una dictadura y tomaron el camino de la emancipación simbólica. A fin de cuentas, persisten los arrestos arbitrarios, las injustas condenas a prisión, los actos de repudio, los allanamientos, las multas y todo lo que aplican, a sus antojos, los represores, en función de conservar los pilares del terrorismo de Estado.
Todo queda reducido a eventos individuales, donde hay derroche de valentía o a iniciativas un poco más abarcadoras, pero a la postre frustradas por una delación, la falta de un plan bien diseñado o simplemente debido al exhaustivo control de la Policía política sobre cada uno de los opositores y activistas.
El avance de las diversas agendas a favor de cambios estructurales en la economía, la sociedad y la política, sigue siendo mínimo, de acuerdo al tiempo transcurrido.
Desde 1976, año en que surge el Comité Cubano Pro Derechos Humanos, en un cubículo de la prisión capitalina Combinado del Este, donde se encontraban Ricardo Bofill y otros prisioneros políticos que decidieron comenzar la lucha pacífica en defensa de las libertades ciudadanas, no han cesado los esfuerzos por ponerle fin al neo-estalinismo tropical, sin embargo, el sistema de partido único con parte del liderazgo fundacional y sus herederos ha logrado sobrevivir.
A menudo se tiende a desconocer la aceptación de la tiranía, dígase de gobiernos, figuras de renombre e instituciones de amplio reconocimiento internacional. Y es que eso es una parte cardinal de la ecuación que acredita la larga existencia del modelo escogido por los otrora rebeldes que sacaron a Fulgencio Batista de la presidencia en 1959.
Lo sucedido recientemente al biólogo y disidente Ariel Ruiz Urquiola en el Consejo de Derechos Humanos en Ginebra, describe cuales son las reglas de un juego sucio, puesto en práctica una y otra vez, por regímenes que violan de manera flagrante y sistemática los derechos de sus pueblos y cuya membresía, en esta y otras entidades vinculadas a la ONU se convierte en un lastre moral que obnubila la esperanza de los oprimidos, en este caso por una reducida élite que insiste en perpetuarse en el poder.
El boicot a su alegato contra los abusos cometidos contra él, su hermana y, en general, contra todos los que se oponen al orden impuesto a punta de pistola durante más de seis décadas define, más allá de la mezquindad y la desvergüenza, una actitud que puntualiza el secuestro de la ONU por naciones como China, Corea del Norte, Eritrea y Venezuela, los cuatro países que lideraron junto al representante de Cuba la acción de rechazo contra el científico, quien acusa al Gobierno de la Isla de haberle inoculado el VIH mientras se encontraba preso y en huelga de hambre y sed durante el primer semestre de 2018.
El único país que salió en defensa de Ariel fue Australia. Un detalle que documenta la falta de compromisos de los países democráticos para superar las barreras de una viciada formalidad diplomática.
Hay que ser objetivos sin que por ello se pierdan las ilusiones de que algún día, nadie sabe cuándo ni cómo, Cuba pueda formar parte de las naciones libres.
No se avizora un acompañamiento masivo de la población a las agrupaciones contestatarias y en política el factor cuantitativo es fundamental.
El miedo paraliza e impulsa al acomodo. La gente tiende a concentrarse en la forma de sobrevivir a la escasez, en la medida de lo posible.
Hay brotes espontáneos de descontento, pero finalmente se diluyen con la presencia de la Policía y la solución parcial del problema.
No es fácil sacar de la postración mental y el miedo a una población adoctrinada y que sospecha hasta de su sombra.
Pese a todo este universo de dificultades, hay nichos de resistencia, personas que no van a claudicar ni van a perder el sueño de vivir en un Estado de Derecho.
Por eso se arriesgan y están dispuestos al mayor de los castigos. Tienen derecho a defender un ideal de justicia, aunque las adhesiones todavía no alcancen cifras relevantes y buena parte del mundo haga mutis ante los efectos de una golpiza o el internamiento en un centro penitenciario por pedir públicamente elecciones libres y economía de mercado.
De alguna manera, la libertad llegará y con ella la satisfacción de haber roto con un vergonzoso sometimiento en los tiempos más oscuros.
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